Qué difícil es escribir críos

Tanto el anime de Bokurano como, especialmente, el manga en el que se basa, escrito e ilustrado por Mohiro Kitoh, están considerados como obras de culto dentro de la comunidad. A suerte de curiosa mezcla entre Evangelion y Madoka Magica, pese a ser anterior a esta última, Bokurano exprimía muchos de los tropos de las series de “mechas y sentimientos” y se erigía como una obra reflexiva y pesimista sobre la pérdida, el altruismo, la responsabilidad y sobre todo, una crónica de cómo un ser humano puede afrontar su muerte anunciada. En resumidas cuentas, una quincena de niños deben pilotar un robot gigante todopoderoso para salvar su planeta, pero sabiendo que tras cada enfrentamiento con los enemigos que llegan a destruir la Tierra uno de los pilotos morirá, irremediablemente. El impacto emocional en el último tercio de la obra está por las nubes y la diversidad de reflexiones, filosofías de vida y, sobre todo, formas de afrontar, aceptar o incluso intentar negar e ignorar la tragedia ineludible que se le viene encima a cada uno de los jóvenes personajes cuando les toque su turno es encomiable. Pero hay algo que no deja de chirriar durante todo el título. Los protagonistas tienen 12 años recién cumplidos. Y apenas hay un par de momentos en los 66 capítulos del manga o los 24 del anime en los que se comporten como alguien de su edad.

Partamos de la base de que escribir de lo que no se sabe o no se ha vivido es, a priori, mucho más complicado que plasmar en la hoja en blanco narraciones y reflexiones sobre aquello que conocemos de primera mano. Quizás sea esa la primera excusa, o explicación, que se tiende a esgrimir cuando mangakas como Masashi Kishimoto o Hajime Isayama demuestran una y otra vez la dificultad que les supone desarrollar personajes femeninos o plasmar de una forma relativamente sana el amor en las relaciones interpersonales que tienen lugar en sus series. Pero, al mismo tiempo, a la hora de construir un relato un escritor debe tener esa capacidad empática, debe ser capaz de ponerse en la piel de personajes que no son como él —porque ni Kratos se parece a su guionista, ni He-Man ni, espero, Johan Liebert—. A lo largo y ancho de la historia del manga y el anime hemos visto a mangakas de todo tipo crear personajes de toda clase de índoles, sean introvertidos taciturnos, fascistas egocéntricos o belicosos guerreros al borde de la locura, pero el quid de este asunto es que si hay un conjunto social que se les resiste tanto o más que el de las mujeres a tantos mangakas a la hora de escribir es el de los niños. La cantidad de críos y crías construidos de cualquier manera menos de aquella que recuerda mínimamente a la forma de ser de una persona de su edad es equivalente, por lo menos, al número de power ups sumados de todos los nekketsus habidos y por haber.

15 niños necesitarán terapia / ©Shogakukan

Especialmente sangrante resulta esta cuestión por ser ajena a la cuestión de género, habiendo también mangakas femeninas que caen reiteradamente en este pecado —un saludo a Mari Okada— y es algo que llevamos viendo años y años en este arte. Si se permite a quien esto suscribe volver a Bokurano, y bajo el aviso de ligeros spoilers del inicio de la trama hasta la finalización del presente párrafo, se recomienda ponerse en situación. Niños y niñas de 12 años que se ven, de pronto, con un poder en sus manos capaz de salvar su mundo de unas amenazas ante las que ni todos los ejércitos del planeta combinados pueden hacer nada. El primero de los protagonistas, curiosamente, sí es caracterizado correctamente como alguien de su edad. Se toma el asunto como un juego, una especie de reto, sin comprender totalmente las consecuencias que implican sus acciones, y poco a poco va abriendo los ojos según el combate transcurre. A partir de ahí la serie se pierde en reflexiones existencialistas que pocos infantes podrían llegar a tener. Por poner un ejemplo: ¿De verdad tenemos que creernos que una niña que acaba de terminar la escuela primaria va a estar planteándose, por si misma y sin influencias o sugerencias externas, recurrir a la prostitución con hombres mayores adinerados para poder ayudar a su madre soltera a traer dinero al hogar, porque se siente completamente en deuda con ella debido a la manutención y es plenamente consciente de la carga psicológica que supone para la madre el sacar adelante la familia sin ayuda? Y vale, sí, quizás existen casos de niños que deben tomar más responsabilidades de la cuenta cuando no les toca pero, ¿una quincena en el mismo anime? ¿Y otros tantos en otras tantas obras?

Y es que Bokurano no es el único caso, por supuesto. Esto ocurre en Aku no Hana, ocurre en Erased, Digimon Tamers amagaba con ello pese a verse limitada por su propia concepción y ocurre de forma exagerada en The Promised Neverland. Es extremadamente sencillo encontrar en este mundillo una obra relativamente seria, o con un mínimo intento o atisbo de profundidad en su discurso o guion, y cuyo conjunto de personajes incluya niños, uno o más de estos casos. Son ejemplos de manual de adultos que se disfrazan de niños. No en un sentido literal, al menos si excluimos al protagonista de Erased, sino emocional y psicológico. Los personajes muestran actitudes y reflexiones y, sobre todo, expresan sus sentimientos de forma mucho más madura a como lo haría alguien de su edad o de incluso unos años más. Y no es cuestión de inteligencia, porque existen niños inteligentes. Hay infantes que no han llegado al instituto cuyas mentes son absolutamente brillantes, pero lo que tratamos en este artículo es más la madurez emocional, la capacidad de introspección ante los sucesos y la forma de comunicarlo, sea con monólogo interno o mediante diálogos con otros personajes de su misma índole. Sería extremadamente inusual, por no decir imposible, que un niño, por inteligente que sea, actuase como los protagonistas de The Promised Neverland —Emma y sus dos amigos tienen 11 años— ante adversidades como las que tienen lugar en la obra. Porque eso se adquiere con la experiencia, con el pasar de la vida.

Es decir, hablamos de autores escribiendo personajes en un principio adultos, pero poniéndoles una skin de niño cuando toca describirlos, caracterizarlos o contextualizarlos en un entorno o un apartado visual. También cabría aclarar que este es un recurso que se puede utilizar de forma correcta, sea cómica o no, cuando la obra lo pide —que para algo tenemos Bebé Jefazo— pero en la mayor parte de casos denota cierto acomodamiento a la hora de plantear actores para tu historia. Podría esgrimirse que se llega a esto para conectar mejor con el lector, al presentarle personajes con edades más afines a las suyas pero, sin salirnos de las obras mencionadas, ni Bokurano, ni Erased ni ninguna de ellas, quitando Digimon, son animes cuyo target sean precisamente niños pequeños. De hecho, sus mangas se han publicado en revistas de demografía seinen, indicadas para lectores de edad adulta. Y no es que un chaval de primaria fuese a empatizar precisamente con los temas que se tratan en tales series.

No os preocupéis, no vamos a hablar en este artículo de La Cosa que hizo Cloverworks / ©Aniplex

Tampoco es que esto sea inevitable. Hay obras que sí consiguen captar la experiencia de lo que es ser un niño y plasmarlo más que correctamente en la trama, y no hace falta que nos vayamos a occidente con Turning Red. Spy x Family es un ejemplo estupendo de cómo Anya, una pequeñaja aparentemente inteligente y, además, con un superpoder como es el de leer la mente… sigue siendo, con todo, una pequeñaja y se comportará como tal. Yotsuba to!, la primera parte de Koe no Katachi o incluso el principio de Oyasumi Punpun son quizás los ejemplos en los que mejor se puede ver esa bonita armonía entre contar una historia para un público más o menos adulto, independientemente del género y tono de la misma, y la presencia de niños que se comportan como niños. Evangelion surfeaba peligrosamente la línea pero, aún con todo, Asuka se sigue comportando muchas veces como una niña, Shinji sigue teniendo comportamientos completamente esperables en un preadolescente en su situación y Rei es un caso especial y justificado.

Quizás es que los autores de manga, sobrecargados por las responsabilidades de la vida adulta, con tanto trabajo a cuestas por culpa de las tiránicas fechas de entrega de las editoriales y la consecuente explotación laboral que sufren, vean sus años de juventud tan lejanos que cada vez les cueste más evocar aquella época en la que eran niños despreocupados e inmaduros. O quizás es que Japón tenga algo especial en el agua que hace que la gente madure antes, lo cual explicaría ese afán porque tantos protagonistas no superen la veintena y se refieran tanto como «anciano» a cualquiera que llegue, como mucho, a los 30 años. Pero de eso hablaremos en un siguiente artículo.

Un comentario en “Qué difícil es escribir críos

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