El shōjo: por y para ellas

Cuando una persona ingresa en el mundillo del manga y el anime, en especial a través de las redes sociales, inevitablemente acabará topándose con términos que la comunidad de fans de estos dos medios han importado desde Japón, que van desde el sustantivo con el cual se autodenominan, “otakus”, hasta nombres de géneros como “isekai” o tropos de personajes como “tsundere”. Y sin duda unos de los primeros términos que acabarán encontrando son los nombres de las demografías del manga: Kodomo, shōjo, shōnen, josei y seinen, es decir, el manga para niños, para chicas adolescentes, chicos adolescentes, mujeres adultas y hombres adultos.

El tema es que, como es común y ha pasado con otros términos cuyo significado original es alterado, esta importación ha terminado causando que se confundan a estas demografías con géneros, asociando por ejemplo el shōnen a la acción y a la aventura y el shōjo al romance. La verdad es que no es así, y es que demografía y género son dos cosas distintas que designan cosas diferentes. Para que nos entendamos, una demografía es el público objetivo al que se pretende vender un producto, y es algo vinculado al marketing. Por ejemplo, la demografía a la que se dirigen novelas como Los Juegos del Hambre es a chicas adolescentes y jóvenes adultas. Esto, por supuesto, no quiere decir que personas que no estén dentro de esta demografía no puedan disfrutar de estos productos o interesarse por ellos, solo nos habla de un enfoque de mercado.

Por otro lado, los géneros se refieren a aspectos temáticos o formales de una obra. Por ejemplo, pueden aludir a su tipo de mundo (fantasía, costumbrismo, realismo mágico o ciencia ficción), su tono narrativo (comedia, terror, drama, acción), sus temas (romance, bélico, coming age…) etc. Hay una infinidad de géneros diferentes y hay obras de todos ellos en todas las demografías. Así, tenemos obras románticas en el shōnen y tenemos historias de acción y aventuras en el shōjo, pasando por todo lo que hay en medio y en todas combinaciones posibles. Pero entonces cabe preguntarse la real necesidad de estas demografías. Cuestionarlas parece un paso natural. Es decir, si no tienen una finalidad temática, ¿no será un poco sexista hacer estas diferenciaciones de género?

La Rosa de Versailles, shōjo clásico de finales 70 y una de las grandes obras del género / ©Tokyo Movie Shinsha

En la opinión de esta humilde servidora, sí que lo son, más que nada si tenemos en cuenta cómo fueron los orígenes de las revistas shōnen y shōjo. Mientras que a los chicos se les daban historias trepidantes y de aventuras, las historias de shōjo eran, en sus orígenes, el lugar donde artistas novatos comenzaban antes de dar el paso a las siguientes demografías, siempre contando historias con marcados estereotipos de género. En esta época de la demografía, y a pesar de que algunos pioneros como Osamu Tezuka sí que realizaron obras de una gran calidad, como La Princesa Caballero, lo usual eran protagonistas aniñadas, extremadamente pasivas y con muy poca perspectiva que ofrecer a sus lectoras. Se trataba de mangas muy distanciados de la realidad e intereses de las niñas y jóvenes reales. El componente sexista era evidente: para las chicas vidas edulcoradas y carentes de interés o conflicto, para los chicos aventuras, compañerismo y tramas sobre la relevancia de sus personajes en el mundo. Ni siquiera se trabajaba el tropo del romance, dada la corta edad de las protagonistas, más allá del clásico cuento de la princesa en el castillo.

Esto cambió alrededor de los años 60 con la incorporación a estas revistas shōjo de toda una nueva oleada de mujeres mangakas, que quisieron hacer nuevas propuestas y que fueron sumamente subversivas tanto a nivel de discurso como narrativo y visual. De pronto comenzamos a tener heroínas mayores, que tomaban roles más activos en sus vidas y que protagonizaban historias más adultas. Se introdujo el tropo del romance de instituto —tan asociado al shōjo hoy en día, pero en esos tiempos novedoso— y, importante, la ficción deportiva. Gracias a títulos pioneros como Attack no. 1 este género ganó su espacio en las revistas shōjo, dando lugar a narrativas que, como las masculinas, hablaban del compañerismo y el espíritu de superación, y a heroínas competitivas y activas.

Entonces llegamos a la revolución, al grupo del 24 y otras grandes artistas de la época de los ‘70 que terminaron de poner la situación de cabeza abarcando todo tipo de géneros y temas. Muchísimas de las obras de esta época se consideran actualmente clásicos, y cualquier compendio de, por ejemplo, obras de ciencia ficción, fantasía o manga histórico que ignorara los trabajos de Autoras como Ryoko Ikeda (La Rosa de Versalles, Claudine, Oniisama e o La ventana de Orfeo), Keiko Takemiya (La Balada del Viento entre los Árboles, Terra e) o Moto Hagio (El Clan de los Poe, ¿Quién es el 11º Pasajero?) entre otras estaría incompleta y con grandes vacíos. Estas autoras dieron a luz a los géneros del BL y el GL (boy’s love y girl’s love), trataron temas complejos sobre la sexualidad, el género, las diferencias de clases, la relación del individuo con su país, el racismo o las dinámicas familiares tóxicas y dieron a niñas y jóvenes la posibilidad de tener para ellas obras de una increíble calidad, que lejos de subestimar su inteligencia, proponían atrevidas reflexiones sobre el mundo en el cual vivían. Y el legado de estas autoras sigue muy patente tanto en el shōjo como en el josei.

Por eso actualmente la situación de las demografías no es tan sencilla como para pedir, entonces, que estas se eliminen, porque créase o no, más allá del mero marketing, el shōjo tiene una función. La cultura actualmente sigue sin ser neutra, aquello destinado a las mujeres es marginal y lo que erróneamente tildamos de neutro sigue teniendo en la mayoría de casos una marcada tendencia masculina. Accidentalmente el shōjo y el josei con el tiempo dieron lugar a algo muy importante: ficción hecha por y para mujeres. Pensando en sus gustos, en sus anhelos y en sus preocupaciones, y donde las autoras de diversas generaciones, desde que pudieron tomarse la demografía durante los años ‘60, pudieron contar sus historias sin tener que alienarse a las exigencias de un público masculino. Sí, quizás el shōjo como concepto nació de una idea desfasada de los roles de género, pero actualmente tiene una utilidad para las mujeres, tanto lectoras como autoras, y no solo eso: también puede convertirse en un espacio de reivindicación.

El Clan de los Poe, drama gótico de los 70 que recibió recientemente nuevos capítulos / ©Shōgakukan

Si tal y como están las cosas actualmente, esta diferencia se eliminase, al ser la cultura mayoritariamente masculina se perdería ese espacio en el cual las lectoras pueden encontrar obras pensadas para ellas, y las autoras un lugar donde trabajar toda una serie de temas que, en otros espacios, estarían muchísimo más invisibilizados.

Por ejemplo, mientras que en el shōnen tenemos apenas ejemplos de historias que aborden temas como la orientación sexual o la identidad y roles de género de forma seria y consciente, en el shōjo, que vio nacer en su seno los géneros del BL y el GL, son temas que no solo se tratan de forma muy directa y explícita, sino que se llevan hablando desde, por lo menos, los años 70 con mucha regularidad. De hecho, varios de los clásicos de la demografía, como por ejemplo la excelentísima Rosa de Versalles, toman estos asuntos como sus puntos centrales. Es más, el shōjo ha marcado de forma duradera el mundo del manganime trascendiendo su demografía, e incluso medio, e influenciando a creadores de todo tipo. Porque dentro de la historia del shōjo ha habido autoras valientes, talentosas, combativas y con un gran compromiso social, lo cual ha permeado sus obras y se ha mantenido hasta la actualidad.

El shōjo y el josei le dieron a las mujeres un espacio dentro de la cultura del manga pensado para ellas, y en la gran mayoría de las veces —no siempre, claro— escrito por ellas. Esto es importante en un país donde las mujeres tenían, y siguen teniendo, un espacio limitado en el que moverse y expresarse, y permitió que muchas generaciones de mujeres y niñas accedieran a lo que a ellas les importaba, buscaban e interesaba en las historias. Es algo que afecta desde el fanservice —no hay más que leer obras eróticas para hombres y para mujeres para ver la diferencia— hasta el tipo de temas que se abordan y el cómo se abordan. Y eso por no hablar de cuestiones técnicas, como estilos gráficos y de narrativa visual sin los cuales el manga moderno no sería el que es.

Sí, lo deseable sería que estas marcadas diferencias de género desaparecieran, y que todos estos temas se trataran de forma indistinta. Evidentemente las revistas seguirían teniendo una línea editorial, pues no se puede uno deshacer del concepto de público objetivo, pero sería deseable que esto estuviera más sujeto a apelar a gustos y sensibilidades individuales en vez de por estereotipos de género. Y, la verdad, se han dado pasos en esta dirección. Actualmente, de forma muy notoria, en el josei y el seinen las líneas están cada vez más desdibujadas: ¿A qué público apelan obras como Sangatsu no Lion o Houseki no Kuni, por ejemplo? Es difícil de decirlo, incluso guiándose por los estereotipos de género que marcaron en su día a las demografías.

Cardcaptor Sakura, obra llena de magia y uno de los pilares de la carrera de CLAMP como mangakas / ©Nakayoshi

En el caso del shōjo y el shōnen la división está más marcada, pero aún así encontramos obras que parecen apelar a ambos públicos, tanto por la forma en que estructuran su narrativa o su estética como por incluso el fanservice que ofrecen. Las CLAMP, que fueron conocidas como las reinas del shōjo, llevan desde los ‘2000 publicando shōnen y seinen, y sin embargo no parecen alejarse de lo que ha sido su línea desde siempre, o al menos desde Card Captor Sakura, y obras como Pandora Hearts, Vanitas no Carte, Sousou no Frieren, Koe no Katachi, Spy x Family, Ao no Flag o incluso Tokyo Revengers —que triplicó sus ventas gracias al público femenino— han parecido apostar antes por un público mixto que únicamente por hombres adolescentes.

Pero todavía no hemos conseguido esa neutralidad en la cultura. Todavía la cultura general suele realizarse con los hombres en mente y, si bien nos encontramos en un momento de coyuntura muy prometedor, no hemos alcanzado esa meta. Por eso las demografías no pueden desaparecer, porque no podemos correr el riesgo de que toda esta riqueza del shōjo y el josei sea anulada por la cultura dominante. El objetivo debe ser que la riqueza que han supuesto las demografías femeninas encuentre su espacio en una cultura general, que estas puedan crecer y ramificarse hacia todo tipo de lectores. Entonces, y solo entonces, podremos desprendernos de las demografías. Cuando hacerlo no suponga renunciar a ese espacio que se creó por accidente y que tanta riqueza artística ha supuesto.

Ojalá un día no haga falta escribir artículos como estos, aclarando que el shōjo acoge todo tipo de géneros, o sobre los aportes artísticos de sus autoras y obras clásicas, que a menudo son ignorados. Ese día podremos desprendernos de él. Mientras tanto, solo nos queda reivindicarlo. Hablar de él, de sus obras, de sus autores. Pedir que las editoriales dejen de ignorar sus títulos, animar a nuevos lectores a probar con sus historias. En este artículo se han mencionado varias. Os animo a darles una oportunidad.

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