La hipnosis natural de Mushishi

El claro de la verdescente floresta reverbera en un murmullo vago, apenas perceptible para los oídos de los mundanos seres humanos. Intangibles formas de mil y una geometrías diferentes saltan de rama en rama, de árbol en árbol, de brizna de hierba en brizna de hierba, danzando sosegadamente en un corro sobrenatural, al ritmo de la brisa gélida invernal. Su coreografía resulta fantasmagóricamente hipnótica, tan arrebatadora como irreal. Un canto eviterno que se difumina entre las brumas del amanecer. Son los mushis, seres augúricos que transitan sobre las leyes conocidas de la física, proclives a prodigios inesperados. Organismos que no son ni planta ni animal, que operan conectados a la esencia más pura de la Vida, unidos por un cordón umbilical a la propia alma del planeta Tierra. Si una persona cruza su camino con ellos cualquier portento o desgracia puede ocurrir. Los más ancianos evocan historias sobre los mushis en las noches más frías, calentando sus manos con las gentiles llamas de las hogueras, contando a los más jóvenes sobre tiempos extraños y pasados.

Ginko durante su viaje / ©Kōdansha

Ginko es un hombre cansado. Arrastra sus pies por el sendero embarrado, mientras el humo de su caduco cigarrillo asciende sobre el vergel, soportando su espalda el peso de del cargado equipaje. Ginko es un experto en mushis. Pasa sus días vagando entre pueblos y aldeas, bosques y caminos, dedicado a solucionar cualquier problema causado por los mágicos poderes que emiten estos fantásticos seres a los habitantes de las tierras circundantes. Cada subespecie de mushi es especial. Algunos recuerdan a pequeños pájaros que, cuando cambia la marea, se esconden en las caracolas vacías, descansando en playas arenosas y dedicando sus cantos a quien quiera escucharlos. Otros son como un curso de agua errante, cuyo ciclo vital comienza en las profundidades de una montaña perdida, atravesando su existencia mediante un cauce intermitente y muriendo en el océano, capturando el alma de cualquier desventurado que ose bañarse en sus aguas y arrastrándolo a un agrio final. Otros pueden simbiotizarse con tu propia visión y pasar a formar parte de tu propio ser. Ginko puede aparentar ser un hombre indiferente, pero termina realizando un esfuerzo abnegado para solventar los apuros de aquellas personas malditas, o bendecidas, por un mushi.

Mushishi es una serie poética. Quizás no lo sea en léxico, mas sí en lo narrativamente audiovisual. Cada episodio funciona individualmente, como una pequeña historia independiente, cada una de ellas con su planteamiento inicial, su nudo y posible giro y su desenlace propio, compartiendo a nuestro protagonista como único punto en común, tratando cada vez a un mushi diferente, un lugar diferente y uno o más personajes diferentes. Cada fenómeno inexplicable, cada evento pretendidamente sobrenatural y maravilloso tiene su origen en un mushi, y Ginko los estudia a todos ellos, desde el cariño, el pragmatismo y la curiosidad científica a través de un Japón feudal alternativo, construido desde un costumbrismo respetuoso, desde la primera ilustración de Yuki Urushibara, cruzando tristezas melancólicas y alegrías esperanzadoras.

La serie de animación ofrece escenas tan hermosas como sobrecogedoras / ©Artland

El ritmo resulta como el caer de las hojas de un castaño en otoño. Lento, deliciosamente sosegado, elegante, pero siempre constante e inevitable. No hay necesidad de acción o violencia, de impactantes revelaciones, sólo de un suspense natural, un costumbrismo ancestral y una espiritualidad veladamente naturalista. La banda sonora, minimalista pero sobrecogedora, abraza a los mushis entre las sombras nocturnas. No es descabellado establecer paralelismos entre ciertos trabajos de Hayao Miyazaki y la obra de Urishibara, especialmente cuando oteamos su adaptación animada. Sin ir más lejos, Mi Vecino Totoro ya jugueteaba con la atracción hacia la madre tierra desde una perspectiva infantil y, más certeramente, La Princesa Mononoke planteaba de forma muy evidente un conflicto entre el progreso humano y el proteccionismo ancestral, entre la naturaleza y la civilización. Mushishi camina cercana pero paralelamente a esto, avocando por eliminar el componente de lucha y simplemente desestimando una parte por ensalzar otra. También es inevitable percibir una ontología casi poshumanista. Los mushis muchas veces funcionan de excusa para plantearse preguntas sobre nosotros mismos. Cuál es el valor de un ser humano, qué motivo tiene su existencia finita en un mundo también finito, cómo se le puede dar sentido a una vida rodeada de poderes incomprensibles e incontrolables. Y es que las interacciones entre mushis y personas en no pocas ocasiones terminan mal. Algunos pierden la vista, otros el oído, la razón o la propia vida, por tratas con entes que no pueden ni comprender. No ensalza idealistamente, sino que se atiene a consecuencias. Por ello, Ginko funciona entonces como un médico de lo sobrenatural, intentando llegar siempre a la paz, a un estado de calma conservador —que no conservadurista— en el que las cosas siguen su curso, sin alterar el status quo. Intenta lograr una convivencia pacífica entre algo tan evolutivo como el ser humano y algo tan inmutable como los espíritus del bosque . Un equilibrio quizás demasiado idealizado, pero bello en sus circunstancias.

En Mushishi los caminos del panteísmo y sintoísmo se entremezclan existencialmente entre la lluvia que repiquetea sobre los árboles y humedece la tierra revuelta. Una exquisitez para ojos y oídos. Vastos paisajes dominados por verde y rocío, por musgo y corteza, por el sol del estío y la escarcha de enero. Una oda a tiempos mejores, a la naturaleza inmaculada y a las ramas de los sauces.

Un comentario en “La hipnosis natural de Mushishi

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